Trece: uno más tres

Es un conjunto de realidades que (aún no) se deshacen frente a ti

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Cosas que es importante saber 3: liberalismo

Seguimos, pero ahora voy a comenzar a poner titulares chancito más descriptivos. Próximamente, habrá una serie de videos.

El liberalismo del XIX

El liberalismo afirma la libertad humana por sí misma, sin sujeción alguna, sobre todo en la res publica, a la verdad, al orden natural, a la ley divina; y así viene a ser un naturalismo militante, un ateísmo práctico, una rebelión contra Dios: «seréis como Dios, conocedores del bien y el mal» (Gén 3,5). León XIII puso bien de manifiesto esta irreligiosidad congénita del liberalismo en su encíclica Libertas (1,11,24: 1888). Por otra parte, como advierte Pío XI, del liberalismo nacen, como hijos suyos naturales, el socialismo y el comunismo (Divini Redemptoris 38: 1937), que son otros modos de milenarismo pelagiano -el cielo bajará a la tierra-, más radicales todavía, como lo serán en el siglo XX el nazismo o el fascismo.

Pero en el fondo liberalismo, socialismo y comunismo, como el nazismo o el fascismo, son de la misma familia espiritual. En realidad viene a dar lo mismo que el bien y el mal sean decididos por la mayoría democrática o por el partido único. En todo caso es la libertad del hombre, sin referencia a Dios y a un orden natural, quien determina, en un positivismo jurídico absoluto, lo bueno y lo malo. Todos los ismos aludidos son, pues, formas políticas de poder laicista, que niegan a Dios, que pretenden procurar el bien común de los pueblos, rechazando la soberanía de Dios sobre las naciones.

Quizá algunos de ellos admitan la autoridad de Dios en la intimidad de las conciencias individuales, pero, ya desde la Revolución francesa, es común a todas las formas de poder laicista el rechazo de la soberanía de Dios sobre la sociedad. Hoy hablamos de todo esto con otras palabras, como secularización, o bien como ese humanismo autónomo que el Vaticano II denuncia (GS 36c).

El liberalismo contra la Iglesia

El liberalismo, a lo largo del XIX y hasta nuestros días, se extendió sobre todo, por intereses económicos, en la alta burguesía y en la aristocracia, con bastantes excepciones entre la nobleza territorial no absentista. Y se difundió también, por convicción intelectual, en las universidades y entre las profesiones liberales. Unos y otros, por amor a la riqueza o por orgullo intelectual, esperaron del liberalismo la felicidad y prosperidad de los pueblos.

Punta de lanza del liberalismo fueron los radicales, iniciados en Francia, cien años después de la Revolución francesa, como una reivindicación del jacobinismo, es decir, de los ideales genuinamente liberales de 1789. Nacidos, pues, como una reacción contra los liberales moderados, llamaban a éstos doctrinarios, porque no llevaban hasta el final los principios del liberalismo. La masonería, por su parte, vino a ser como la jerarquía eclesiástica del liberalismo, la que daba a éste un carácter más acentuado de neo-religión o creencia. Muchas veces fueron masones quienes presidieron los partidos radicales.

En conformidad con sus principios doctrinales, nada tiene de extraño que el liberalismo haya perseguido duramente a la Iglesia en los dos siglos últimos, tratando de limitar y reducir lo más posible su influjo en la vida de los pueblos, como en seguida lo veremos en la América hispana.

En realidad, el liberal, de suyo, no ve la causa del liberalismo como una lucha contra Dios, en cuya existencia no cree. En todo caso, si es que existe, es el Ser supremo de los deístas, que no se mezcla para nada en los asuntos del los hombres. Pero sí entiende la causa del liberalismo como una lucha contra los hombres e instituciones que se obstinan en afirmar la absoluta y universal soberanía de Dios sobre este mundo.

En este sentido, el liberal estima como vocación propia «luchar contra los obstáculos tradicionales», contra el fanatismo del clero y del pueblo, con sus innumerables tradiciones cristianas, que sellan en la fe las fiestas y el arte, el folklore y la cultura. Más aún, propugnando por ejemplo la legalidad del divorcio o del aborto, extiende su lucha contra las personas o instituciones que afirman un orden natural inviolable, fundamentado en el mismo Creador.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Cosas que es importante saber 2

Seguimos con nuestra miniserie

La masonería

En la implantación cultural, social y política de la ideología de la Ilustración va a corresponder a la masonería una función sin duda principal. Bajo su complicada maraña de grados, jerarquías y simbolismos, ella viene a constituirse en el Occidente cristiano como una contra-Iglesia profundamente naturalista y anticristiana, que espera la salvación del hombre y de la sociedad no de la fe, sino de la razón.

En efecto, a comienzos del XVIII, los mismos hombres que rechazan los misterios y ritos cristianos de la Iglesia, se agrupan en logias llenas de misterios y de ritos, comprometidos al secreto más total: «Prometo y me obligo ante el gran arquitecto del Universo y esta honorable compañía a no revelar nunca los secretos de los masones y de la masonería». En 1717 se forma la Gran Logia de Londres, la madre de todas las logias masónicas. Los free massons, pocos años después, con nombres traducidos a los lenguajes locales, se extienden por toda Europa. En la primera parte de su historia los masones fueron deístas, al modo de Pope o Voltaire, Lessing o Rousseau, y no podían ser ateos.

Eso explica la afiliación masónica de algunos pobres clérigos progresistas, asustados por el ateísmo ascendente de la época. Los primeros masones, sin atacar todavía directamente a Cristo y al mundo de la gracia, pues son tolerantes, profesan optimistas una religión natural, una ética universal, «en la que todos los hombres pueden estar de acuerdo», también los católicos, según piensan.

Así las cosas, en el XVIII, pertenecer a la masonería es un signo de distinción, algo que da tono en los salones elegantes y en las cortes de los reyes, también en los países católicos. A ella, pues, se afilian en gran número miembros de la nobleza, burgueses notables o clérigos ilustrados. Son masones Joseph de Maistre, el conde de Clermont, el duque de Chartes, Francisco de Lorena, casado con la emperatriz de Austria... El rey Federico II de Prusia llega en 1744 a ser Gran Maestre. Las logias, en cambio, permanecen cerradas al pueblo bajo, y en los comienzos, también a las mujeres, que son recibidas sólamente en logias de adopción. La reina María Carolina de Nápoles es francmasona. Voltaire, en jornada apoteósica, introducido por Franklin, se afilia en 1778 a una logia de París, animada primero por Helvetius, y luego por Lalande...

La Iglesia entendió muy pronto el carácter determinadamente anticristiano de la masonería, que fue condenada por Clemente XII en 1738 y por Benedicto XIV en 1751, así como por los Papas del XIX y del XX.

También las monarquías europeas, en general, reaccionaron contra la masonería, pero no por principios espirituales, sino por estrategias de Estado. Por eso ya en el XVIII las coronas europeas se vieron infiltradas por ella, y aceptando educadores y ministros masones, fueron impulsando decididamente la secularización de la sociedad. Éste fue el justamente llamado despotismo ilustrado, que encontró con frecuencia grandes resistencias en el pueblo católico, y que fue el precedente inmediato del liberalismo del XIX.

Por cierto que las logias, bajo la guía superior de la Corona británica, atentaron siempre contra las monarquías católicas -en Francia, España, Italia, Austria-, pero dejaron siempre en paz las Coronas protestantes, en las que no veían obstáculo para el liberalismo masónico.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Cosas que es importante saber

Como todos sabemos, la historia tiene vacíos que nos interesan porque han sido propositivamente ocultos, o bien, llenados por cosas que no tienen sentido y por lo tanto no son, pues, convincentes. Hace algunos años encontré un documento que narra esas partes olvidadas de la historia propia de nuestras tierras. Y antes de continuar haré una aclaración laberíntica. Lo que siempre estuvo mal es el sistema: la religión es a la fe lo que la matemática a la física. Procedo a copiar y pegar por partes, y no le voy a poner el título para evitar ser tachado de tendencioso (dos pueden jugar ese juego, don lucy)

Del Evangelio a la Ilustración

Dos libros, ya clásicos, de Paul Hazard, La crisis de la conciencia europea (1680-1715) y El pensamiento europeo en el siglo XVIII, pueden ayudarnos a entender bien el gran giro espiritual iniciado en el Occidente cristiano a partir de 1715. El precedente más significativo de esta nueva orientación se halla en el Renacimiento y el libre examen luterano; es decir, en el inicio de un naturalismo pujante y en el comienzo de un rechazo de la Iglesia.

«Primero se alza un gran clamor crítico; reprochan a sus antecesores no haberles transmitido más que una sociedad mal hecha, toda de ilusiones y sufrimiento... Pronto aparece el acusado: Cristo. El siglo XVIII no se contentó con una Reforma; lo que quiso abatir es la cruz; lo que quiso borrar es la idea de una comunicación de Dios con el hombre, de una revelación; lo que quiso destruir es una concepción religiosa de la vida.

«Estos audaces también reconstruían; la luz de su razón disiparía las grandes masas de sombra de que estaba cubierta la tierra; volverían a encontrar el plan de la naturaleza y sólo tendrían que seguirlo para recobrar la felicidad perdida. Instituirían un nuevo derecho, ya que no tendría que ver nada con el derecho divino; una nueva moral, independiente de toda teología; una nueva política que transformaría a los súbditos en ciudadanos. Para impedir a sus hijos recaer en los errores antiguos darían nuevos principios a la educación. Entonces el cielo bajaría a la tierra» (El pensamiento... 10).

Bajar el cielo a la tierra... Dos herejías padecidas por la Iglesia habían creído ya en la capacidad del hombre para salvarse a sí mismo, sin necesidad de la gracia de Cristo: el pelagianismo, en lo personal, y ciertas modalidades del milenarismo, en diversos mesianismos colectivos. Pues bien, el liberalismo, como acertadamente señala Jaume Vicens Vives, es la actualización moderna de aquellos viejos errores:

«En el fondo de estos hombres [ilustrados], en apariencia fríamente racionales, hay un milenarismo, una creencia apasionada, casi mística, en la posibilidad de llegar a crear un paraíso terrestre, no por medio de una lenta evolución, sino de una especie de palingenesia, una renovación súbita seguida de un estado indefinido de beatitud. Si a este se añade que estaban convencidos de lograr esta renovación automática por medio de la promulgación de leyes y reglamentos, tendremos otro de los rasgos más característicos del movimiento ilustrado» (Historia social ... 204).

Pues bien, en este sentido, en el XVIII, en el Siglo de las luces, bajo el impulso de los filósofos, la Ilustración viene a ser una radicalización extrema y secularizada del milenarismo pelagiano. Y así, difundida por los enciclopedistas, la Ilustración consigue hacerse con los resortes del poder político a través de la masonería, y a partir de la Revolución Francesa (1789) extiende victoriosa su influjo secularizante por el siglo XIX mediante la Revolución Liberal. Y continúa el impulso en la Secularización de nuestros días.